domingo, 20 de septiembre de 2015

"TINDAYA" Este poema pertenece junto a otros quince, al poemario: "Cuando te miro" Editorial Aguere 2015, que se publicará a finales de año.

En una noche de luna,
invitada a una fiesta,
una amiga me llevó a bailar
y la música empezó a sonar.
En la oscuridad de la pista
vi una luz al fondo,
eran ojos rojos
que no dejaban de mirar.
Él se acercó a bailar
al centro de la disco,
y entre las luces yo sentí
un dulce mordisco.
Mi sangre empezó a cambiar,
el alma me pidió guerra.
Sus manos yo sentí
y me envolvió su cuerpo.
Atrapada en su calor
y el ardor de su corazón
empezó en mí a palpitar
el verdadero deseo de volar.
Convertida en vampira
comienzo a despegar
al sentirme querida.
El vampiro se fue,
la fiesta se acabó
y no lo olvidaré.

Al salir vi la luz
y no me di cuenta
que aunque lo quiera
ahora soy vampira
y tristemente muera.

jueves, 2 de julio de 2015

Justicia aeroportuaria (Cuento elegido entre los finalistas en el I Certamen Mundial de Excelencia Literaria MP literary edition)

   La llegada del hielo al aeropuerto de los mares del sur se transformó en un ídolo caído. Rubio y de ojos azules, joven e incandescente. De cerebro en ebullición y de alma sin escrúpulos. Rápidamente, por su parecido físico, se le llamó Ice Man. Su falta de personalidad y su crisis existencial le llevó a decir, a boca llena de un falso orgullo, que él había venido al aeropuerto de jardinero y que las maletas para él eran «poca cosa». Lo que él llamó «poca cosa» fue un engorro que no pudo superar. Se convirtió en un escaqueado y no quería subirse a las bodegas de los aviones. Vio la vía fácil de engañar a los nuevos para no dar golpe. Tal fue su artimaña y su éxito que se vanaglorió de su listeza. Continuó su osadía en el comedor mandando a callar a los capataces, que llevaban muchos años y, por la antigüedad, los llamaban los «pata negra», para él ver la televisión de la cuál él no había puesto un euro.
    Ante una remesa de nuevos operarios, tuvo la mala fortuna de emplear su engaño a un joven que venía de baja y le preguntó: «¡Oye! ¿Tú eres nuevo?». El joven le contestó afirmativamente. En ese instante, Ice Man pensó que un inocente conejito había caído en su trampa y le contestó: «Pues mira, los nuevos se tienen que subir a la bodega para que aprendan». El joven no daba crédito a sus ojos y le preguntó: «¿Y tú cuánto tiempo llevas aquí?». Ice Man respondió con orgullo que tres meses. La respuesta del joven fue demoledora: «Pues yo llevo tres años y, como soy más veterano, te subes tú a la bodega». Ice Man se sintió humillado y, ante la dura labor que le esperaba, decidió hacer de las suyas, y fue directo al capataz. Este era un pata negra y escuchó la batalla de los dos operarios. El pata negra que era un habitual a hacer la sobremesa, no dudó en decirle a Ice Man: «Los nuevos tienen que subir a la bodega para que aprendan».

   Nunca supe más de Ice Man. No sé si habrá aprendido las lecciones de la escuela del aeropuerto o seguirá con sus pensamientos propios de un crío de parvulario.

copyright ©2015
Francisco Morales Domínguez


jueves, 26 de febrero de 2015

Cuento: "La tormenta"

Título: ”La tormenta”.   

    Había comenzado el verano 2012 y se anunciaba ventisca en la zona de Adeje. Inesperadamente oí en la radio que se había declarado un incendio. Mi novia vivía en esa zona y pedí permiso en el trabajo para acudir allí y saber si todo estaba bien. Cuando llegué, la zona estaba acordonada por la Guardia Civil, que había ordenado el desalojo. Me vi obligado a obedecer y buscar a mi novia por otro lado. Volví a mi casa en Santa Cruz, sonó el teléfono y era ella pidiendo auxilio. No tenía donde dormir y yo le ofrecí mi casa. Ella pasó unos días allí. Me dijo que Santa Cruz había sido muy estresante y no había nada como vivir en la naturaleza. Cuando pudo volver a la suya, la encontró hecha añicos. El fuego la había calcinado y en ese momento ella se me derrumbó. Le ofrecí vivir en mi piso de Santa Cruz que estaba lejos de los montes, pero ella en cuanto pudo volvió a la naturaleza y esta vez se instaló cerca de la playa. Ya no quería saber nada de los montes y menos de la ciudad.  Insistí para que viviéramos en Santa Cruz pero ella me argumentaba que la ciudad era muy estresante.
    En octubre de 2014, la relación estaba más consolidada y yo no conseguía que mi novia viviera en Santa Cruz conmigo. Un buen día se anunció una tormenta y pensé que a mí no me iba a ocurrir nada, teniendo la mala suerte de que el vecino del ático había puesto recientemente un césped en su terraza taponando los desagües. La mala suerte continuó porque el vecino del ático estaba de viaje y el agua le entró a casa y se filtró por mi techo cayendo a mi casa la cual parecía las Cataratas del Niágara. La moqueta se iba empapando, las réplicas de Velázquez se habían convertido en varios Picassos, las puertas y los muebles estaban todos hinchados por el agua. En ese momento mi novia me llamó y le aconsejé que hasta que no pasara la tormenta no se moviera de su casa ni cruzara la autopista. Me hacían falta manos para limpiar tanta agua que caía del techo y aunque se me estaba abriendo la muñeca de tanto darle a la escoba. La tormenta había explotado cayendo relámpagos y truenos. Por fin la tormenta amainó y rápidamente llamé al seguro. Estos se pusieron en contacto con un familiar del vecino del ático que cortó el pedazo de césped que taponaba el desagüe. Él también había sufrido daños debido al agua. Prometió pagarme los desperfectos porque el seguro le echó la culpa a él. Me había quedado sin casa por unos días y mi novia me ofreció su vivienda hasta que me arreglaran mis desperfectos del hogar. Al final no me sentí extraño en el sur. Al vivir en la playa me pareció que estaba de vacaciones. Salía de trabajar, tenía la comida hecha y luego me daba un baño en el mar. Me pareció que era una calidad de vida extraordinaria. Ella se encargaba de todo y no me dejaba hacer nada. No sé por qué lo hacía, si era porque quería que estuviera a su lado. Cuando estuvo listo el piso no me quería marchar. Me sentía como un marajá y le propuse a mi novia volverse a vivir a Santa Cruz, pero ella prefirió seguir viviendo en el Sur. Accedí a su petición y alquilé el piso. Con el dinero compartimos los gastos de su vivienda. Al final la tormenta significó mi paz.

Fin.


Cuento: "La tortuga"

Título: ”La tortuga”.

    De mi lápiz salió una línea que dibujó en el papel una tortuga. Recorté el papel y una tortuga cobró vida en el acuario al estar en contacto con el agua. Le daba de comer lechuga y la mimaba como si fuera mi hijo. Cuando la tortuga estuvo lo suficientemente grande, decidí celebrarlo e irnos de viaje a Tenerife. La metí en un recipiente azul con su mantita. Después la llevé al aeropuerto y allí etiquetaron el recipiente en el mostrador de facturación. El recipiente tenía vía Tenerife saliendo de Londres haciendo escala en Madrid. La tortuga fue llevada a la cinta de objetos especiales y posteriormente hasta rampa cayendo  en un enorme carrito de niños donde se introdujo por casualidad. Un operario cogió el carrito de niños sin ver el recipiente y lo puso en el carro transportador de equipajes de un vuelo con destino Tokyo.
   Cuando llegué a Tenerife no aparecía la tortuga y preocupado fui al mostrador de Lost and Found donde me dijeron que la tortuga había aparecido en Japón. Me llené de angustia como un pez fuera del agua, al pensar que alguien en tierras niponas se había hecho una sopa de tortuga. En el mostrador me dijeron que mi mascota estaría en unos días en Tenerife. Al día siguiente me llamaron del aeropuerto para recoger el pequeño animal y cuando llegué, comprobé que estaba intacto y que nadie se había hecho un exquisito caldo. Los pocos días que me quedaba en Tenerife llevé a mi mascota al veterinario, el cual me dijo que tenía stress y había bajado de peso. Me recomendó que se relajara y la llevé a la playa, echándole un ojo por si se me escapaba.
  De regreso a Londres, fui al mostrador de facturación en el aeropuerto de Tenerife y pedí llevar la tortuga a bordo. Al comienzo del vuelo, le puse a ver la película y le metí los cascos para que se desestresara. Tuve la sorpresa que la película era: “Las tortugas ninja”. Ahora comprendí porqué en Japón no se hicieron la sopa. Cuando llegué a Londres con la mascota la saqué de su recipiente metiéndola en su acuario donde la tortuga murió de infarto. Decidí hacerme una sopa de tortuga y apreciar el líquido de los dioses que llegó a mi cerebro. Animado decidí dibujar otra tortuga.

Fin.